sábado, 16 de abril de 2016

Capítulo 7

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. 

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.


          *Capítulo 7, Rayuela



viernes, 15 de abril de 2016

Te miré

Te miré por el rabillo del ojo, evitándote, siéndote indiferente. Caminaste, todo alrededor era una nimiedad, algo difuso, como una cámara cuando está desenfocada. Enfoco. Me voy. Pienso y desaparezco.
¿Y qué hay de mí? Sé que soy sólo un macro con demasiado zoom, imposible de notar, imposible de pensar. Pero en toda esta gigantesca utopía me pongo de rodillas y pienso que por favor, por favor algún día algo sí pueda ser una realidad.
El corazón acelerado, las manos temblorosas, los golpes al suelo con un pie que no se puede parar porque está en modo repeat. Las ganas inmensas de estar en alguna de tus neuronas, al menos por cinco segundos. Menos de cinco segundos y yo podría ser feliz. Podría sonreír.
Y en el fondo la música, el motor de un auto, un perro ladrando, el pitido de una tetera hirviendo, tres risas al unísono y mi sangre bombeando como nunca. 
El abismo que nunca llegó me despierta.
¿Qué era antes de esto? ¿Fui algo más, algo diferente? Me pregunto si la gente mirará a tu ausencia mientras camina o soy sólo yo. Soy un vacío perdido, un vacío sin rumbo, soy lo patético, lo frenético, lo ridículo y aun así, con tantas cosas dentro soy un vacío. Tal vez te lo has llevado todo… mi ropa, mi pelo, mis ojos, mis emociones, mí.  
Otro día.
El viento me golpea en la cara, en el cuello, por todas partes. Y sé que cuando vuelvas voy a caer en toda esa abstracción de nuevo, en los detalles, como cuando cerrabas los ojos y todo desaparecía. Desenfoco. Me voy. Pienso y desaparezco de nuevo.



sábado, 2 de abril de 2016

Cuando vuelva la felicidad, haré como si nada

"Cuando vuelva la felicidad, haré como si nada. Simularé no darme cuenta, como alguien que es capaz de vivir sin ella, que aprendió a hacerlo y está bien así. Cuando vuelva la felicidad, no le diré nada. Fingiré no verla y ya está. Igual que, mientras estudiaba, sentía que te movías por tu habitación, oía la radio difundir su música suavemente, aunque no hacía caso porque pensaba que era una nimiedad. La felicidad era eso, pero yo no lo sabía. A veces, en el silencio me parece advertir ruidos al otro lado de la pared y aguzo el oído. Pego la oreja a la pared y escucho. En mi lado sólo el vacío, en el tuyo tu ausencia. Y vencen siempre: dejo que me aniquilen con el poder de las cosas invisibles. Cuando vuelva la felicidad, podrá incluso echarse a gritar, pero no permitiré que me engañe. Cuando era niña me acostabas y luego entornabas la puerta. Oía que la abuela te preguntaba «¿Se ha dormido?», y tú le contestabas: «Sí, estaba cansada. Se ha pasado el día jugando. —Y añadías—: Si mañana hace buen día la llevaré al parque.» La llevo a la playa, la llevo conmigo. Hasta el fin del mundo. Siempre. Para siempre. Voces procedentes de otra habitación. Luego me dormía. La felicidad no era un grito, sino un susurro velado.
Debo recordarlo, a pesar de que sé que nada volverá a ser como antes, que nada vuelve a ser idéntico a sí mismo. Ese quedo susurro es la única felicidad que conozco. (…)
Quizá llega un momento en que todo se resquebraja y luego, poco a poco, se rompe: mi abuela riéndose en el garaje; la lluvia dentro de tu habitación; un objeto que creías perdido y que retorna. Y, al final, también tú te conviertes en algo distinto, aunque de algún modo más exacto. Ya no eres el pensamiento constante que duele, sino el hecho inesperado que nos sorprende y libera. No hemos puesto el paraguas en tu habitación, sino bien a la vista en un rincón del recibidor. Lo hemos colocado de pie, y resplandece de algo que ya no conseguíamos ver." 
*Fragmentos sacados del libro La lluvia en tu habitación, Paola Predicatori.