domingo, 1 de mayo de 2016

La habitación

Dichosos aquellos a quienes se les permite soñar en grande, aquellos que con un simple salto encima de la cama pueden ver un mundo diferente, inigualable. A las dos de la mañana la lámpara continúa encendida, y dentro de la habitación se sitúan tres niños felices. Visten pijamas rotos, comprados en una tienda de segunda mano. Saltan, se ríen, se divierten, como lo hacen los niños. No les preocupa que la cama esté a punto de destrozarse, que las paredes oscuras comiencen a desquebrajarse, que las frazadas que llevan sus camas no hayan podido ser cambiadas en años, ni que a la mañana siguiente tengan que ser tratados como esclavos. Allá, bien abajo hay un mundo diferente, inigualable. Hay una luna fresca y llena, estrellas que iluminan como faroles en la avenida, hay un río humeante, y un montón de bosques con árboles que han perdurado allí durante siglos. Y los niños ríen, ¿qué más podrían pedir? Son las dos de la mañana y mientras los demás duermen plácidamente en sus camas con sábanas de seda, ellos sueñan. No importa que el padre que está en la habitación de al lado se vaya a levantar con un cinturón en la mano. No importa que la madre después del estruendo ni siquiera se levante para ver cómo están. No importa, porque pueden quitarles la ropa, la cama, la lámpara. Pero nunca les podrán quitar el derecho a soñar. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario