sábado, 28 de mayo de 2016

Parte IV: 04:03

Quizás me he cruzado con ella en la calle, quizás un día me pisó y me pidió disculpas, quizás, algún día, iba a mi lado en el metro y me quedé envidiándola por lo bonita que es. No es que no te tenga fe, pero sinceramente, creo que ni siquiera es una tipa que pueda considerarse bonita. Estoy segura que debe ser una cara de nada, pero inteligente como nadie y con esa gracia que pocas personas poseen.
Te posee a ti y eso es algo, algo grande.
No puedo ni quiero dormir. Quiero observarte así, eternamente. Siento que después de esto ya no va a haber nada más. Que nunca te voy a tener, que al fin y al cabo un día te vas a aburrir y me vas a decir –ya, ahora ándate, como si nada. No es que te crea un insensible, no voy a difamarte, sé que no lo eres, pero sí creo que hay veces en las que estás demasiado inmerso en ti mismo, que estás lleno de mierda y mucho miedo y te dejas llevar por ello; hay cosas que se te escapan de las manos y eso te frustra, te rompe el ego, te desconcierta.
Estoy sentada en tu cama, pero me siento tan cansada ya de tanto pensar que decido acostarme. Estás de espaldas hacia mí y me alegro por ello, porque sin poder explicarte, no me siento con fuerzas para poder verte la cara ahora mismo. No puedo mirarte, pero me aterra pensar que en la mañana todo esto se va a acabar y que tal vez ya no te voy a volver a ver. No sé si después de esta noche voy a poder dormir sola en mi cama. Quiero hablarte, necesito hablarte.
Paso mis dedos por tu espalda, dibujándola. Tienes la piel caliente. Te beso el hombro y me levanto un poco para mirar tu cara. Estás tan sereno que me inunda un sentimiento de melancolía. Ojalá pudieses estar así todos los días. Tal vez las cosas serían diferentes.
Tengo un impulso terrible de despertarte, sólo para besarte y verte mientras me miras. Con un dedo te doy golpecitos en el hombro para que salgas de tu sueño. Lo haces y me miras, desconcertado.
-¿Qué pasa? –me preguntas, con la voz ronca.
-Quería mirarte. –te digo y me sonríes, con esa sonrisa de niño.
Acerco mis labios a los tuyos y te beso, lento. Recorro cada hebra de tu pelo con mis dedos, te siento tan cerca y a la vez tan distante…
-Creo que ya terminamos con esto. –te digo cuando me separo de tus labios. Duele en el alma, en el cuerpo, por todas partes duele.
-¿Qué? –y no sé por qué, pero veo un brillo de miedo en tus ojos.
-Que terminamos con esto. Ya fue, ya fue toda esta mierda. Me harto de todo, no quiero ser la segunda siempre.
-¿Segunda qué? ¿De qué estás hablando? No te entiendo.
-La segunda, la segunda. Sí me entiendes.
-Te equivocas, no lo eres. –me respondes mientras intentas tomar mi mano, pero te alejo, sé que tienes miedo y por eso no quieres que me vaya. No te subestimo, pero te conozco.
No te respondo nada, en cambio, me levanto rápido de la cama, voy al baño y me visto con tu voz detrás preguntándome que a dónde voy, que me quede esta noche, que no vas a poder si te vuelve a pasar otra vez. Y con eso me lo dices todo. Sí soy la segunda y hasta que no te des cuenta de todo las cosas van a seguir igual.

-Llámame cuando ya no estés roto. –te digo. Y escucho el silencio en tu habitación, escucho cómo tus sentimientos se hieren de nuevo como pedacitos despegándose de tu alma. No dices nada y esa es la peor respuesta que puedo recibir. Agarro mi bolso y cierro la puerta, dejando ahí dentro de tu departamento las risas y las cervezas, a Chet Faker y tu tocadiscos, las sonrisas ocultas y los ojos expectantes esperando por más, los labios fundidos y la piel caliente; dejándote a ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario